domingo, 17 de abril de 2011

Seis años

Cuando en la vida la única preocupación que tienes es que vestido ponerle a tu muñeca preferida...es que tienes seis años.
Que tu madre te levante pronto en la mañana para ir al colegio. Escuchar el tintineo de la cucharilla dentro de un gran vaso de colacao. Como me peinaba el pelo y me lo ataba en una larga coleta, rematándola con un lazo a juego con el uniforme. El olor a la colonia de baño...La misma cantinela todas las mañanas..."pórtate bien, atiende en clase, haz caso a la maestra, cómete el bocadillo, no te ensucies...". Cómo lo echo de menos!!!
Cuando esperar a que llegara el viernes por la tarde era mi única ansiedad...es que tenía seis años.
Hacerme mayor era una misión imposible. Pensaba que nunca llegaría.
Quería crecer...pero el tiempo no pasaba. No me daba cuenta que pasaba.
Los sábados por la tarde llenaba la habitación de muñecas y jugaba a ser lo que nunca he sido.
Los sábados por la tarde era actriz, cantante, abnegada esposa y madre, vendedora de Avon, dependienta de una tienda de modas, cocinera, médico, espía, policía y ladrona, costurera, camarera, abogada y acusada, jefa y secretaria, telefonista, azafata, criada y señora...Con seis años fuí todo eso. Con una imaginación a prueba de bombas, con disfraces y pelucas, con los labios pintados de rojo chillón y zapatos de tacón robados de un armario de mi tia.
Rellenando mis camisetas con trapos a la altura del pecho para parecer una mujer, y mi barriga con un cojin...y ya estaba embarazada!!! A la vez empujaba un carrito de bebé por el pasillo de mi casa, y de esa guisa imaginaba que iba a un parque, que resultaba ser el salón de mi casa donde, con paciencia, me regresaban a la habitación, para que no diera demasiada lata.
Era un mundo perfecto. Dentro de mi cabeza el mundo era perfecto.
Lo tenía todo, aunque no tuviese nada.
Los domingos comíamos pollo frito y patatas del Indio, mientras ponían en la tele "La casa de la Pradera". Por la tarde se llenaba la casa del olor de la ropa limpia y planchada por mi madre y el puchero hervía a borbotones en la cocina de butano. En la tele se oían los resultados de la quiniela y mi madre se lamentaba de que otra vez la suerte había pasado de largo.
Y yo tenía seis años.
La sensación del baño caliente del domingo por la noche...el pijama suave, los calcetines de dormir en invierno...las manos y el beso de mi madre arropándome..."cierra los ojitos y duérmete, que mañana hay cole". Yo tenía seis años.
Ahora han pasado unos cuantos. Ahora soy tan mayor como quise ser entonces y daría lo que fuera por tener la inocencia de mi niñez.
A veces me cuesta reconocerme en aquella niña que abría los ojos a un mundo del que no sabía nada. A veces me cuesta pensar que alguna vez fuí inocente, pura, limpia...niña.
El paso del tiempo me cambió. Las experiencias vividas me cambiaron.
Aún sigo imaginando que soy lo que nunca seré...porque quiero seguir teniendo sueños e ilusiones. Ya no tengo muñecas, ni disfraces, ni pelucas...mis zapatos de tacón ya son de mi talla y no se los robo a nadie, ya no pinto mis labios de rojo chillón. No me hace falta rellenar mis camisetas de trapos, y si quisiera llenaria mi vientre de algo más que de un cojín.
Y sé que a pesar de todo, fuí afortunada. Que nadie debería crecer en otro mundo que no fuese así, o parecido.
Pero aún, a veces, cierro mis ojos...y viajo a aquel lugar tan maravilloso, a ese mundo donde no había nadie más que quien yo quisiera, donde mi habitación era el principio y el fin, donde nadie podía hacerme daño, donde lo tenía todo aunque no tuviese nada.
Aún, a veces, necesito tener seis años.

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